La cala de los artistas

La cala de los artistas.

Solamente pasar la frontera y, si uno va predispuesto, ya se notan cambios en el brillo de la luz… Pero basta con aproximarse a los prolegómenos de la montaña cuasi sagrada para recibir un auténtico chute de creatividad, o cuando menos una nueva capacidad contemplativa. Vayamos por partes.
Seguro que el verano no es la mejor época para esta excursión, aunque a algunos no nos resta otra posibilidad. Molesta –y mucho– los enormes atascos (bouchons) que se producen alrededor de Niza, destino obligado a manera de centro de operaciones para iniciar, ahora sí, el periplo que os proponemos. Damos fe de que no es necesario contar con reservas de hotel, y que la búsqueda del alojamiento idóneo al final de la tarde, cada día, puede ser un ejercicio interesante para poner en práctica el francés y conocer los nuevos horizontes del negocio hotelero. De manera increíble, si desde el mostrador del propio hotel que visitamos hacemos nuestra reserva vía internet se obtienen mejores precios. Se puede hacer el viaje –además, con escapada incluida a la bella San Remo– en ocho días, saliendo desde Madrid en vehículo particular. Es verdad, lo que se ahorra en el avión se gasta en los peajes de las autopistas. Si se opta por el trasporte aéreo una vez allí es mandatorio alquilar un coche, los artistas supieron refugiarse en emplazamientos que aún hoy resultan recónditos, y pretender arribar en autobuses públicos es simplemente una quimera. Sale a cuenta consultar en las oficinas de turismo para realizar las visitas a los museos locales, ya que sus horarios muchas veces son un tanto caprichosos y cambiantes según la estación del año, con pausas para la comida y –casi todos– cierre semanal para descanso del personal, que suele producirse en martes.
¿Por dónde empezar? Da lo mismo, todo el recorrido plantea enorme interés. Sin duda, lo más destacado es el conocimiento de primera mano de los sitios que habitaron los artistas que a comienzos del siglo pasado decidieron emigrar a territorios con más luz, paisajes extraordinarios, y máxima lejanía de los grandes centros político-culturales. Se pregunta uno, haciendo arte-ficción, por el posible alcance de esta revolución si hubiesen optado por instalarse en playas más meridionales, como, por ejemplo, las del Cabo de Gata; aunque, de inmediato, nos resignamos pensando en una luz seguramente demasiado cegadora, una temperatura ambiental un tanto incómoda para desarrollar las bellas artes, y la ausencia del verdor de la Costa Azul; todos prejuicios, ya que hasta la vegetación en el desierto es excesiva, solo es cuestión de saber buscarla y, una vez descubierta, valorarla. De manera obvia el estallido del arte moderno no se debió únicamente a la Costa Azul…
Resulta entrañable vislumbrar en la finca de Les Collettes (Cagnes-sur-Mer) a un inválido, si bien lucidísimo, Pierre-Auguste Renoir –uno de los primeros artistas que se instaló en la Riviera francesa– pasando sus últimos años con sus hijos, a quienes retrata en múltiples ocasiones, al igual que a bellas jóvenes desnudas, enmarcado por la potentísima belleza de los olivos que pareciera que llegasen a las orillas del Mediterráneo. Curiosamente, para mejor sentir este paraíso hay que eliminar por completo las vistas que desde su mansión en la actualidad se contemplan, la especulación inmobiliaria es universal.
El museo Matisse de Niza está muy bien dotado de fondos del artista plástico que tal vez resultó ser el más influenciado en su trabajo por la luminosidad del Mediterráneo –“Quand j’ai compris que chaque matin je reverrais cette lumière, je ne pouvais croire à mon bonheur. Je décidai de ne pas quitter Nice, et j’y ai demeuré pratiquement toute mon existence”–, así como de sus estudios preparatorios para la realización de la Capilla del Rosario en Vence (1948-1951). También puede visitarse en Villefranche-sur-Mer  la capilla de pescadores restaurada (1957) por el versátil autor de El Potomak, paladín de las vanguardias, Jean Cocteau. El museo Picasso de Antibes Juan-Les-Pins –situado en el Castillo Grimaldi–, que cuenta con pinturas, dibujos, esculturas y cerámicas, no decepciona, las piezas del malagueño logran un desarrollo especial al contrastarse con las impresionantes vistas al mar que se contemplan desde el castillo. En el cercano Vallauris puede disfrutarse al aire libre de la célebre escultura Hombre con cordero, así como del Museo Nacional Picasso La Guerra y La Paz donde se encuentra la poco conocida capilla pintada por el pintor. Mougins, ciudad con forma de caracol, último refugio de Picasso, aguarda al viajero que quiera perderse por sus coquetas calles y prestigiosos restaurantes. Es una parada impostergable en la zona el extraordinario Museo Nacional Fernand Léger situado en el pequeño pueblo de Biot; el muy espacioso y luminoso edificio acoge a las mil maravillas la extraña obra de Léger, curiosa mezcla de monumentalidad, colorido, industrialización, pureza y poesía.
El postre del viaje lo representa la espectacular Aix-en-Provence, ciudad muy bien conservada y encantadora que fue la cuna de Paul Cézanne y de su inseparable amigo de juventud, el escritor Émile Zola, de quien al final se distanció debido a su novela La obra, inspirada en el pintor, y en la que se describe el fracaso de un artista en su búsqueda del éxito. Puede seguirse por la ciudad los pasos de un atormentado Cézanne –muy bien marcados en las aceras de las calles para facilidad de los turistas–, no solo los invertidos en el camino hacía su verdad pictórica, sino los entregados a su conflictiva vida familiar; itinerario animado por la multitud de bulliciosos jóvenes universitarios que transitan por la zona. En la Casa del Viento (Jas de Bouffan) se puede visitar la gran mansión y el precioso prado que compró su acaudalado padre y luego él heredó. A las afueras de Aix, en la colina de Lauves, está situado el taller de campo que mandó construir Cézanne en 1902; milagrosamente, y gracias a la acción de dos estadounidenses, se conserva tal cual era en tiempos del precursor de la abstracción moderna. Para un artista plástico admirador de Cézanne puede generar auténticos escalofríos tener al alcance de la mano, entre otros objetos, los modelos que empleaba para pintar sus naturalezas muertas o la mochila con la que salía a trabajar por los alrededores de Aix.
Es obligado desplazarse a la montaña rocosa de Santa Victoria y los bosques y canteras que la circundan, Cézanne la pintó varias veces –rayando la obsesión–, hasta llegar a las mismas puertas del cubismo. La entrada a este entorno es libre, pero hay que ir preparado porque el paseo más corto, que llega hasta el pantano Zola (que construyó el padre del escritor, ingeniero), tiene una dificultad media; es conveniente llevar calzado adecuado y agua. La naturaleza es vigorosa, y si se hace el recorrido a primera hora de la mañana es posible disfrutarlo en soledad, y así, en silencio, deteniéndose a contemplarla las veces que haga falta, rememorar las mil vueltas de Cézanne por captar la verdadera Santa Victoria, que siempre aparece grande y majestuosa, al tiempo que esquiva...
Desde Aix puede uno escaparse a Marsella, ambas ciudades organizan en el año de la capitalidad cultural europea la exposición conjunta Le Grand Atelier du Midi; en el Museo Granet de Aix se presenta la exposición De Cézanne a Matisse, y en el Palacio Longchamp de Marsella De Van Gogh a Bonnard. Las piezas expuestas provienen en su gran mayoría de pinacotecas europeas y son conocidas. La excursión es una buena excusa para conocer en el puerto el nuevo museo de Marsella: el MuCEM (Musée des civilisations de l’Europe et de la Méditerranée), que envuelto en una misteriosa y espectacular celosía mira al mar y al Fuerte Saint-Jean, haciendo un guiño a las antiguas colonias del norte de África, se trata de una instalación descomunal embebida de la habitual grandeur francesa.
Camino de España la muy concurrida ciudad de Arlés muestra el primer sanatorio en el que estuvo ingresado Vincent Van Gogh; su casa ya no existe, situada al lado de la estación fue destruida durante un bombardeo en la segunda guerra mundial.
Queda un larguísimo etcétera de espacios relacionados con la historia del arte que nos restan por conocer en la zona, y que nos emplaza a realizar un nuevo viaje, seguramente de mayor duración. Como siempre, abrimos una puerta y delante…, decenas de nuevas puertas nos aguardan.

Jorge Portocarrero.



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De lo ajeno, lo propio

De lo ajeno, lo propio


El interés que surge en mi obra actual por el grafiti se remonta a los primeros años de facultad. Alguien me dejó el libro Los graffiti de Craig Castleman (1982), poco visto en esa época, que resumía y explicaba la obra de grafiteros de Nueva York. Se tenía la idea generalizada de que el grafiti era una guarrada que manchaba los muros y las paredes, los trenes y los apeaderos; pasó mucho tiempo para que en Madrid se hiciera famoso Muelle.

Pocas personas teníamos fascinación por esas pintadas anónimas, suciedades que explotaban con sus colores en las ciudades. Anclados en mi cerebro estos recuerdos y con el gusto de la fotografía, caí en la cuenta de que poseía una amplia colección de fotos de grafiti cercanos y de muchos países que he visitado.
¿Qué es lo que me subyugaba de estas imágenes?, ¿su color?, ¿su inaccesibilidad en algunos casos?, ¿su anonimato?, ¿su mensaje en ocasiones agresivo?, ¿su inmediatez visual y plástica?, ¿su desarrollo e historia?, ¿ser en el fondo el arte más colectivo que ha existido? Todo ello se amalgama en un gran muro mental, mi muro mental que origina un cóctel de reflexiones pictóricas. Pero he de mirar también los resortes de mi memoria, en la historia del hombre y del arte; Basquiat, Haring, las primeras manifestaciones de arte primitivo, Dubuffet, el desierto de Tassili, y todas aquellas anónimas imágenes que a diario nos asaltan, incluso los garabatos infantiles que para mí cobran categoría de grafiti, en ocasiones.
Contestando las preguntas anteriores, he de decir, que el color me sorprendía en una época que en la facultad todavía andaba por la mimesis por la mimesis, sin alma, sin concesiones de libertad; de la imagen a copiar del natural. Paradójico en una época de interés por el diseño y la publicidad, que ahora a tantos años vista ha evolucionado de sobremanera. Mi gusto por el expresionismo alemán, la escuela de Nueva York y los últimos movimientos del siglo XIX y principios del XX, me dirigían de una forma natural al color por el color, a pocas mezclas y más claridad, aunque la naturaleza y lo que me rodeara no lo fuera. Ese lado lúdico del arte, se hacía materializable en los colores, los artistas nos sentíamos niños jugando con cubitos coloreados.
¿Fue ésta una de las causas intrínsecas que me hizo sustituir el óleo por el acrílico?, tal vez, eso y la rapidez; vivo en la época del botón (todo se resuelve con inmediatez presionando un botón o tecla), contradictoria al hacer del arte, pero mi obra necesitaba mayor velocidad que el lento secado del óleo.
Sigo contestando; creo que el anonimato y la colectividad en el grafiti van unidos. Anonimato ancestral del varón-mujer artista que anhela su trascendencia, su necesidad imperiosa de manifestarse, de dejar huella, huella lítica, huella en hormigón. Contradicción anónimo-colectivo de la ejecución del grafitero; quiero ser anónimo, hago mi obra a escondidas, al margen de la ley, pero que sea de disfrute colectivo. La sociedad colectiviza el arte, sobre todo actualmente (no hay más que ver las filas de devoradores de cultura de las últimas exposiciones). El artista grafitero necesita para su ego que la máxima cantidad de personas lo vea, ¡necesidad infantil de reconocimiento!, ¿necesidad de igualarse a los artistas serios y reconocidos, algunos mundialmente? Ser grafitero conlleva sus riesgos, ¡qué mejor premio que la máxima audiencia visual! La fama se sustenta en el recuerdo del vulgo. El TAG (firma), da todo el valor anónimo-reconocimiento al grafitero; entre ellos se reconocen, su anonimato es relativo, algo parecido a los artistas de cada país, de cada ciudad.
Una de las características que me llama la atención, aunque no es una constante en la mayoría, es la inaccesibilidad de algunos grafitis. Piensas incluso que surgen por generación espontánea en puentes, recodos, tejados, farolas…; entroncando con un sentido oculto del arte rupestre, realizado en abrigos montañosos o en lugares inaccesibles, cuya función mágico-artística estaba reservada a los iniciados. En la cultura del grafiti habrá un camino iniciático (dato que desconozco), lo confirmaría las pintadas con ubicaciones casi imposibles.
Ya traté sobre este tema en mi trabajo anterior Suerte de azar, que se basaba en parte en el arte callejero, curiosamente este proyecto también posee uno de sus puntos de apoyo en un libro encontrado en un museo de Berlín; ambos proyectos enlazan en el mismo libro y en el arte dado, donado, regalado en la calle, por artistas que no buscan galerías, ni museos,… ¿es el arte más genuino, o es una consecuencia de la saturación de imágenes que nos acechan en todos los minutos de nuestra vida?
Haring institucionalizó el grafiti, ahora es una marca, a Basquiat no le dio tiempo, su imagen era más desgarradora y no cuajó en la gran masa.
Iconografía fácil, los iconos nos facilitan la comprensión de la imagen, en definitiva la comprensión del mensaje. En el libro Estrategias del dibujo en el arte contemporáneo de Juan José Gómez Molina, se dice en el apartado el modelo del dibujo: “la valoración de los otros a través de nuestros dibujos es un factor importante de auto reconocimiento”.
Auto conocimiento del yo artista, sea cuál sea la disciplina que realice. Ahora es muy amplia la oferta, oferta porque se ofrece a otros, como el grafitero nos ofrece su TAG, mensajes, iconos…, aunque sea efímeramente, característica general del grafiti auténtico, no comercializado. Validez de lo efímero en el mundo del arte, obra a disfrutar en un corto espacio de tiempo, como el land art deja su impronta y desaparece, se fija en la retina o muere. Recuerdo, se filma o se fotografía para que perdure.
De lo ajeno, lo propio; no quisiera ni quiero apropiarme de imágenes que no he parido, en este mundo global todos nos inspiramos en todos. Estos grafitis han sido objetos encontrados en determinados momentos, cada uno posee su historia, mi biografía pictórica se construye en los años, ahora sustituyen mis inseparables collages, los collages de otros; maravillosas imágenes para mí con un poder de mándala.
Alguien me preguntó: ¿por qué no haces un homenaje a pintores y obras de la antigüedad? No contesto, debido a que como muchos artistas tal vez lo realice en alguna ocasión, y qué mejor reconocimiento que éste a todos los artistas famosos o no.

Rosa Maroto.



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Soliloquio de una mujer con su soledad

Soliloquio de una mujer con su soledad.

(Tragicomedia en un acto y siete minutos de duración).

-A Don De Lillo-

“Ella” -la soledad de una mujer más que madura- se rebullía incómodamente en los espacios, ya interiores o exteriores, como si el aire tuviera dobleces y bultos y despliegues. Su compañera la vio entrar en la casa con gesto furtivo, arrastrando levemente los pies. Quizá temía levitar. No podía dejar de mirarla.
Con ella era siempre como si. La veía hacer esto o lo otro como si. Necesitaba una referencia externa, una mimesis realista, para poder situarla…
En su habitación, Ofelia descalza y con el pelo recogido por un pañuelo como si fuera una proletaria estajanovista fumaba sentada en un sofá de gastados terciopelos. Sin música y con las cortinas entreabiertas, la luz cansada de la tarde aún se reflejaba en franjas de humo sobre una litografía de la habitación de Van Gogh que hacía que el silencio fuera más apabullante, que el espacio adquiriera una topología incomprensible…
“Ella”, como si fuera un hombre, se concentró en su evanescencia; no obstante preguntó cortésmente: “¿me necesitas?”
- Con mirarte a mi lado, en mi vida íntima, me basta.
- Sí, para nosotras mirar las cosas a nuestro alrededor es suficiente: somos esencialmente estereoscópicas... La realidad nos chifla, todo nos llama la atención, mejor dicho nos distrae - dijo “Ella” con resignación.
- Estamos bien así. Después de una jornada laboral no necesito a nadie más fuera de mi misma, ni siquiera al supuesto ser de mi existencia (o voz de la conciencia de mi fuero interno…).
- Yo soy alguien ¿eh? No una voz tuya.
- Desde que Filipo nos dejó, estamos serenas…
- Tú lo dejaste. A mi nadie me deja porque nadie me adopta - dijo “Ella” musitando. Pero con voz articulada añadió:
- ¿Por qué trabajas tanto y, lo que es peor, lo anuncias con trompetas?
- Para competir y ofrecer una imagen de plena autonomía, de dominio...
- ¿Con los hombres, ante los hombres?
- No, ellos ya no compiten… Están inhibidos y perplejos.
- ¿Dónde ha quedado vuestra solidaridad feminista? - dijo “Ella” con retintín.
- Para ver mundo sólo se necesita un nivel de vida y un poco de autocontrol mental. Por fortuna, ya tenemos más libros de autoayuda que psicoanalistas.
- El mundo, tal que los hombres, es igual en todas partes, sobre todo desde que cayó el muro de Berlín y vivimos en la época de la información instantánea.
- Sí, pero qué si no lo recorremos, lo fotografiamos y lo recordamos… ¡Nada!
- Nada no, lo transformamos, como quería la dichosa undécima tesis de Marx sobre Feuerbach. Aunque era un machista, en dicha tesis expresó su lado femenino - dijo “Ella” como si en realidad fuera una tercera persona…
- La revolución ya la intentamos en los sesenta, setenta. Salimos más quemadas que folladas - dijo Ofelia decepcionada.
- No me refiero a esa transformación. La realidad no es sólo la realidad, sino un haz variable de percepciones, de azarosas aproximaciones sucesivas… - dijo “Ella” como si hubiera estudiado la filosofía de Hume.
- La realidad es la que nos transforma, la carne es triste, por ejemplo y las novelas decimonónicas nos encantan - dijo Ofelia, realista.
- ¡No! Mujeres del mundo, del perentorio maternalismo dialéctico: los hijos y los varones no os ven, no admiran vuestra gesta de empoderamiento. Abusan de vosotras, pero no os ven. Sois las partículas elementales más invisibles que movéis el mundo pero sin transformarlo… - dijo “Ella” como si fuera un varón resentido (o mejor, un misógino feminista).
- ¡Ya estamos más solas que la una mi querida soledad!
- Es la mejor manera de transformar el mundo a nuestro gusto. Tocarlo sin que nos dañe, estar al unísono con su armonía… De erotizarlo con percepciones estéticas ardua y lentamente construidas con inteligencia abstracta…
- ¿Pero cómo?
- Dejando de ser sólo mujeres, sólo cuerpos humanos olvidadizos extraviados entre las cosas, con prótesis cyborgianas, con imaginación ambigua… de persona y loba a la vez… - dijo “Ella” como si hubiera sido capaz de leer a Donna Haraway.
- Pero, una vez más ¿cómo?
- Siendo máquinas de producción mental, de metáforas estéticas, para transformar las cosas a nuestro gusto (incluso los varones que laten en nosotras).

Ofelia dio la última calada a su cigarrillo y desplazó la corriente sonámbula de su conciencia hasta donde su mirada perdida se fijó: “…no sé si seré capaz un día de pintarme las uñas de los pies en mi época ni siquiera nos hacíamos la pedicura sólo en la Lolita de Kubrick vimos lo que ahora hacen todas las adolescentes me refiero a pintarse las uñas de los pies eh no a provocar a sus tutores aunque las ninfas son sólo sueños de los hombres me hubiera gustado ser una nínfula con las uñas de los pies pintadas nada que ver con las fulanas eh… ser un ente de ficción en la mente cochambrosa de los hombres… la provocación íntima de su deseo solitario el fantasma constante de su lúbrico y único entendimiento agente… nada más… nada menos…” (en)F I N.

Jaime Vilchis.



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Árbol

Árbol.





Isidoro Valcárcel Medina.



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Viaje al centro de la nada o Rothko, arquitecto

Viaje al centro de la nada o Rothko, arquitecto.

Este es el primer cuadro que vi de Rothko.
Sin título, óleo sobre lienzo, de 194,3 x 171,5 cm, pintado en 1953.
Pertenece a la National Gallery of Art de Washington, por donación de la Mark Rothko Foundation Inc.
Corresponde a su época de madurez, cuando su trayectoria pictórica estaba en pleno auge y había conseguido el reconocimiento internacional. En un momento en el que se le consideraba como algo sólido e imprescindible para explicar el arte del siglo XX.

Lo contemplé en el transcurso de la exposición que la Fundación Juan March de Madrid dedicó al pintor entre septiembre de 1987 a enero de 1988. Conocía este cuadro tiempo atrás, por su publicación en revistas y libros de arte, pero nunca lo había visto de manera directa como en aquella exposición. Fue en ella, y delante de este cuadro, cuando, en el transcurso de la multitud de visitas que realicé, (prácticamente lo examiné a diario), comprendí, admiré y me enamoré de la obra de Rothko.
En esas fechas, hacía seis años que yo había terminado mis estudios de arquitecto en la Escuela de Arquitectura de Madrid, y estaba imbuido de las doctrinas arquitectónicas de los grandes arquitectos del momento. Richard Meier con su construcción de blancos inmaculados; Peter Eisenman, con sus complejas modulaciones que, poco después, le llevarían al deconstructivismo; Mario Gandelsonas, con sus edificios de espacios imposibles y, sobre todos ellos, la arquitectura esencial del maestro de maestros, del padre de la arquitectura del siglo XX, Mies van der Rohe. Y fue estudiando la obra de éste último, cuando topé con la obra de Rothko arquitecto.

En ese momento, los recuerdos se me agolparon en la mente.

Después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos recibió una ingente cantidad de emigrantes, entre los cuales se encontraban intelectuales, artistas y arquitectos, la mayoría de ellos procedentes de la clausurada por el nazismo Bauhaus alemana. Entre ellos, Mies van der Rohe, último Director de dicha escuela en su sede de Dessau. Desde el primer momento esta pléyade de intelectuales comienza a trabajar en distintas ciudades, haciendo de Estados Unidos el centro intelectual y artístico del mundo en aquellos momentos.
En el año 1954 la Corporación de licores Seagram encarga a Mies la construcción de un edificio que albergue su sede central. El rascacielos resultante, terminado en el año 1958, supone un hito de la arquitectura racionalista, convirtiéndose, desde el inicio, en el edificio de oficinas más emblemático de la ciudad de Nueva York.
Es en este momento cuando, en la planta baja del edificio, se crea un restaurante de lujo, el Four Seasons, para cuya decoración se llama a un pintor "expresionista abstracto" de la después denominada Escuela de Nueva York, llamado Mark Rothko, pintor de ascendencia judía y de origen ruso, afincado en Estados Unidos desde los diez años de edad, y que ha conseguido encumbrarse a lo más alto de la fama en el panorama artístico neoyorkino.
El contrato fue muy substancioso para la época y hubiera supuesto el espaldarazo definitivo para cualquier artista que se hubiera dedicado de manera exclusiva a la pintura, poniendo en la obra su alma y vida completas. Rothko así lo hizo, y sobre un máximo de siete cuadros (que hubieran sido los que cabían en el restaurante), pinta casi cuarenta. Para ello, toma como referencia el recinto de la escalera que Miguel Ángel diseñó para la Biblioteca Laurenziana en Florencia. Quiere crear el mismo espacio claustrofóbico, con huecos de ventanas tapiadas que ideó el gran artista del Renacimiento, lo que le supone un esfuerzo titánico.
Exhausto por este trabajo, inicia un viaje de descanso por Europa. A la vuelta del mismo, cena una noche en dicho restaurante. Desde ese mismo momento toma la decisión de renunciar a dicho contrato. Él mismo justifica esta decisión con estas palabras: "... nadie que coma y pague tanto dinero por una comida, podrá ver mis pinturas", y manifiesta a un periodista, "esperaba haber pintado algo que le quitara el apetito a cualquier hijo de puta que comiera en esas salas". A renglón seguido, devolvió el dinero que había recibido hasta entonces.
Lógicamente, los murales pintados encontraron posteriormente otras ubicaciones más acordes con su carácter íntimo, (una serie fue a la Tate Gallery de Londres; una segunda, al Kawamura Memorial Museum of Art de Sakura, Japón; y una tercera, a la National Gallery of Art de Washington), apartándolos así de la función decorativa que habrían tenido en el caso de que el contrato se hubiera cumplido.

Y ahora, con aquellas imágenes de lo aprendido en las clases de la Escuela de Arquitectura durante los años que estuve en ella, me encontraba yo delante de aquella obra, cuya observación tanto añoraba.
Ante aquella pintura participaba de sentimientos encontrados. Por una parte, un rechazo a la obra me pedía que me alejase de ella, que pasara de inmediato a otro cuadro, a otro, y a otro, así indefinidamente. Por otro lado, me atraía, sujetándome como una mordaza, con los pies clavados en el suelo, como diciéndome, quédate, no te muevas de donde estás, porque verás más de lo que ves a primera vista.
Al principio, seguí el primer consejo de mi subconsciente, y me aparté. No estaba tranquilo. La pintura me llamaba insistentemente. Había algo que me arrastraba otra vez a su presencia. No aguanté más.
Delante de aquel lienzo experimenté un cúmulo de sensaciones, emociones y estados de ánimo, como únicamente he experimentado delante de los cuadros de Velázquez o las pinturas negras de Goya en el Museo del Prado. Hasta que el cuadro consiguió doblegarme. Allí permanecí, sin noción del tiempo y sintiendo como aquellas superficies de color me envolvían, me subyugaban y se imponían sobre mí de una manera imposible de resistir. Estaba dentro del cuadro, podía participar de aquel espacio en tres dimensiones, podía andar, correr, cansarme y pararme a recuperar el resuello.
Salí de aquella exposición pensando que nunca más podría permanecer impasible ante un cuadro de Rothko. Me había enseñado a ver el espacio, los llenos y los vacíos, la alegría de la luz interna y el pesimismo de la oscuridad. Para mí, había conocido el trabajo de un gran arquitecto. Me lo reafirmó él mismo con la frase que pronunció en 1958: "He creado un lugar, mis cuadros no son pinturas".

Tiempo después, y en el transcurso de mi trabajo, he podido entender y apreciar el espacio de Rothko. Además de un fiel reflejo de una realidad física, imagen que se queda pegada en la retina, Rothko invita, continua e insistentemente, a participar con él en el espacio metafísico que está implícito en su obra.
No representa un espacio ocupado, sino la no-presencia, pero deja la libertad para que cada uno ocupe ese vacío, esa nada que él preconiza y plasma en su obra. Crea lugares donde, a partir del no-ser, originen una corporeidad espiritual que inunda y emociona. Por eso, los cuadros de Rothko, son intensamente espirituales. Invitan "al silencio y a la meditación". Son inmensamente religiosos.

Este sentido de la religiosidad, es una constante en su obra. Es su vuelta, repetida hasta la saciedad, a lo primitivo, a lo arcaico, al principio de todo. Rothko, no practicante de ninguna religión, busca en sus cuadros la esencia común a todos los hombres y culturas. De ahí, su pasión por el mito.
Así lo afirma en 1943, en una entrevista realizada por Sydney Janis a Gottlieb y a él mismo, bajo el título Abstract and Surrealist Art in América, publicada en Nueva York en 1944: "... Nuestra presentación de estos mitos, no obstante, ha de hacerse en nuestros propios términos, que son a la vez más primitivos y más modernos que los mitos mismos -más primitivos porque buscamos las raíces originales y atávicas con preferencia sobre la graciosa versión clásica, más modernos que los propios mitos porque hemos de redescribir sus implicaciones a través de nuestra propia experiencia-. Quienes creen que el mundo de hoy es más amable y más lleno de gracia que las pasiones primitivas y predatorias de dónde surgen estos mitos, o bien no conocen la realidad o bien no desean verla en el arte. El mito nos retiene, pues, no a través de su sabor romántico, no a través de las posibilidades de la fantasía, sino porque expresa algo real y existente en nosotros mismos, lo mismo que ocurría con aquellos que por primera vez tropezaron con los símbolos para darles vida".

Para Rothko, su pintura es lo sagrado condensado en un objeto. Una excusa para que el espectador, al enfrentarse a un cuadro, experimente las mismas sensaciones que él ha sentido al pintarlo, "el drama de la vida, la angustia, el éxtasis". Sin referencias, sin límites, la pintura trasciende el cuadro inundando el espacio circundante y, con ello, atrapando al espectador, haciéndolo parte integrante del hecho artístico. Es el tsunami de la pintura.

Rothko afirmaba que cuando la gente lloraba ante sus cuadros, experimentaba los mismos sentimientos y sensaciones que él había tenido al pintarlos.
La misma idea que perseguía al querer envolver en su pintura al espectador, justifica la dimensión de sus piezas, y aunque Rothko siempre detestó las masas de gente delante de un cuadro, (característica importante en los muralistas mexicanos, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Clemente Orozco, que tuvieron que ver bastante con algunos expresionistas abstractos), sí le cautivó el uso de la gran escala. Con ello, no perseguía llevar su arte a un gran número de personas, sino conseguir la intimidad con el espectador, adentrándolo profundamente en su obra. A propósito de esta idea, llegó a decir: "Si pintas cuadros grandes, tú estás dentro. No es algo que tú impongas".
Por ello, se ha dicho alguna vez que Rothko no pintaba cuadros, sino paredes. Lo que algunos no llegaban a comprender es que esa era precisamente su intención. Y lo hacía porque su fin era pintar cuadros que, en el fondo, nacen en un marco conceptual espacial que interactúa perfectamente en las tres dimensiones y, por tanto, crean el concepto de espacio propio de una síntesis arquitectónica. El propio Mies van der Rohe llega a la misma idea en el Pabellón de Barcelona, creado para la Exposición Internacional celebrada en el año 1929, con sus muros que articulan el espacio, haciéndolos opresivos, transparentes, circulantes, envolventes, consiguiendo que el visitante se sienta partícipe del entorno existente.
De ahí, además, su obsesivo interés en controlar y delimitar exactamente la disposición de sus cuadros en un medio expositivo determinado. Proyectando, construyendo, creando espacios, en definitiva, haciendo arquitectura, (para el Four Seasons, no pinta cuadros, está creando paredes que delimitarán las zonas que él cree que tienen que existir en ese recinto).

En la capilla no confesional realizada en Houston, por encargo del matrimonio Menil, y diseñada en colaboración con el arquitecto Philip Johnson (alumno de Mies van der Rohe), crea el recinto espacialmente perfecto para sus pinturas, potenciado con el carácter espiritual e íntimo de los colores empleados y dispuestos principalmente en trípticos, (recordemos que esta forma artística se origina en las tipologías clásicas vinculadas históricamente a temas religiosos). Su forma en octógono proviene del arquetipo más arcaico de un recinto sagrado, el crómlech, (forma estudiada exhaustivamente por Oteiza), donde los menhires, introducidos en el suelo formando un círculo, evocan la creación de un lugar sagrado que contiene únicamente la divinidad. Esta idea, a su vez, se refuerza con la iluminación cenital, única del recinto, y que resbala verticalmente sobre los cuadros, haciendo salir la luz interna que contienen.
Con esta capilla, Rothko crea un lugar, y este lugar es un templo. Siguiendo sus mismas palabras: "... llevo pintando templos toda mi vida, sin siquiera saberlo".

Mark Rothko fue un arquitecto abstracto, y para ello no hay que quedarse sólo con sus formas, rectángulos coloreados más o menos atractivos. Hay que intentar comprender y aprehender sus verdaderas intenciones, expresar algo superior, algo que trasciende el espíritu humano. Hacer "visible lo invisible", filosofía que animó siempre el quehacer artístico de Paul Klee, (pintor, profesor de la Bauhaus, a quien Rothko admiraba profundamente).
Después de un largo y arduo camino, consiguió la abstracción pura. Para ello tuvo que pulverizar inevitablemente la asociación entre sujeto y objeto, garantizando únicamente la trascendencia del tema en el tiempo. En 1943 afirmaba: "... Hoy, el artista ha dejado de verse encorsetado por la limitación de que toda experiencia del hombre se exprese por su aspecto exterior. Liberado el artista de la necesidad de describir a una persona en particular, las posibilidades son infinitas. La entera experiencia del hombre se convierte en su modelo, y en este sentido se puede decir que todo arte es el retrato de una idea".

El final de sus días se plasma con una claridad aterradora en sus últimas obras.
Rothko era judío no practicante, pero conocía muy bien la religión hebrea, (en su juventud acudía asiduamente a la sinagoga, destacando por sus dotes de orador, no exentas de polémica), aún así, el sentido religioso de su pintura fue acrecentándose cada vez más a lo largo de su vida. Sus últimos cuadros reflejan el alma desgarrada, la identidad aniquilada del hombre, (su interés por la condición humana es fruto de su inmersión en los textos de Esquilo, Nietzsche y Kierkegaard), la desrepresentación de la imagen, el vacío, el silencio, en definitiva la nada.
Su vida fue una incesante búsqueda de la esencia no concebida, del misterio del arcano, del vacío que deja Dios en su exilio. Porque su rostro es la imagen "del fondo sin fondo", como refleja Antoni Gonzalo Carbó en su obra El arte abstracto y lo indecible. El fondo abisal de la obra de arte.
Las Black Painting de Rothko son: El mar abisal de Dios; la última profundidad; la zona innombrable. Consiguen la oscuridad luminosa, la luz que no es deslumbrante, la luz oscura vinculada al súmmum sagrado. Dan cuenta de un Dios oculto, Dios del silencio absoluto "cuyo ser no se puede concebir sino a partir de las raíces huidizas de la Nada" (A. Neher. L'exil de la Parole).
Rothko había llegado al fondo, a envolverse de manera total en su pintura, a formar parte de ella. Sólo faltaba llevar la no presencia a sus últimas consecuencias, al despojamiento de su propia imagen como supremo hacedor de la obra artística. La presencia del artista tiene que desaparecer para que su obra alcance su máxima trascendencia. Tiene que llegar a su propio sacrificio. El rojo que tanto buscó en los frescos de Pompeya, lo encontró en lo último que vio: el rojo de su sangre.

En sus propias palabras: "Callar es lo más acertado".
"Desaparecer, es el final feliz de esta tragedia", diría yo.

¡Qué gran arquitecto perdimos aquel 25 de febrero de 1970!

Manuel Hernández.



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Una prosa es una prosa es una prosa

Una prosa es una prosa es una prosa.

A propósito de Ida Ida Ida, un montaje de María Lourties a partir de un texto de Gertrude Stein


Se levanta el telón y vemos a una mujer sentada que dice un texto de Gertrude Stein en versión trilingüe. ¿Qué película es?
La respuesta a esta adivinanza solo se puede averiguar -o vislumbrar- asistiendo al sorprendente montaje de María Lourties Ida Ida Ida; un espectador que, como yo, intente transmitir mediante meras palabras lo que presenció, solo puede dar algunas pistas y plantear nuevos acertijos. Lo cual no deja de ser paradójico, pues, a primera vista, el montaje de Lourties se compone de meras palabras dichas por una mujer -ella misma- que no se mueve de una silla, por lo que no debería ser difícil describir verbalmente un trabajo esencialmente verbal. Pero las palabras son dichas de una manera que a menudo linda con el recitado, la salmodia o la canción. Y no es del todo cierto que la intérprete no se mueva de la silla: sería más exacto decir que no se levanta, pues su rostro y su cuerpo vibran con la declamación del texto, que a veces acompasa con el pie, marcando el ritmo como un músico, pues música es también su recitado (re-citar: volver a citar), que empieza así:


There was a baby born named Ida
Había nacido un bebé de nombre Ida
Un bébé était né appelé Ida
Its mother
Su madre
Sa mère
Held her with her hands to keep Ida from being born
Avait fait tout ce qu’elle pouvait pour la retenir
But when the time came Ida came
Mais voilà le temps venu Ida était là
And as Ida came with her came her twin
Avec elle vint sa jumelle
So there she was Ida-Ida


Ida-Ida es Ida. Una (p)rosa es una (p)rosa es una (p)rosa. ¿Pura tautología, trivial ejercicio de obviedad? Sobre su verso más famoso, convertido en cita polivalente, A rose is a rose is a rose (que, por cierto, empezó siendo una alusión a una mujer: Rose is a rose…), la propia Gertrude Stein dijo: “No soy tonta. Sé que en la vida cotidiana no solemos decir esto es esto es esto. No soy tonta, y pienso que con ese verso la rosa se hizo roja por primera vez en la historia de la poesía en inglés en cientos de años”.
Como la rosa-rosa-rosa (que, como diría Borges, quiere ser la rosa), en el montaje de María Lourties la Ida de Gertrude Stein se triplica, y no solo lingüísticamente. En primer lugar, el trilingüismo del recitado, que a primera vista podría parecer caprichoso, remite al poliglotismo y la transculturalidad de Stein y de la propia Lourties, y se convierte en un eficaz instrumento dramático. Pero, además, el texto transita con toda naturalidad por el territorio de la música y se encarna en un contenido ejercicio de expresividad facial y corporal, que convierte una actuación casi inmóvil en una experiencia teatral de la mayor intensidad. El verbo se hace carne. Y viceversa.
Se cuenta que, en su lecho de muerte, Gertrude Stein le preguntó a Alice Toklas, su compañera de toda una vida: “¿Cuál es la respuesta”. Y al no obtener contestación dijo: “Entonces, ¿cuál es la pregunta?”. Y esa circularidad -o esencialidad- presente hasta el final en la obra y la vida de Gertrude Stein es también el eje de rotación del montaje de María Lourties, del que lo mejor -y lo más significativo- que se puede decir es que sin duda habría encantado a la propia autora del texto tanto como nos encantó (en ambos sentidos del término) a quienes tuvimos el privilegio de presenciarlo.
La pregunta es la pregunta es la pregunta…

Carlo Frabetti.



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Músicas para el arte bruto

Músicas para el arte bruto.

Es bien sabido que la expresión “art brut”, que en español se puede traducir perfectamente por “arte en bruto”, pero que ha sido siempre acortado en “arte bruto”, nace de una definición usada por el pintor Jean Dubuffet en 1945 y que él mismo se encargó de repetir en sus escritos y en muchas de las obras pictóricas que dio a la luz. Se trataba de aquel arte que no se atiene a las convenciones de cada época y en el que sus artistas tampoco se relacionan con los que se dedican verdaderamente a la actividad artística. En un primer momento se aplicó al arte practicado por perturbados mentales, niños o aficionados sin ninguna preparación técnica. Con todo, la acepción se fue ampliando y en 1972 Roger Cardinal cambió la expresión por la de “arte marginal”, que convenía mejor al cajón de sastre en que el arte bruto se había convertido. Pero, como no hay nada que pueda con un slogan pegadizo, se sigue hablando de arte bruto para clasificar estos fenómenos que engloban a perturbados mentales, autodidactas y outsiders variados que producen arte.
Ni el arte bruto nace cuando Dubuffet le da nombre ni se puede circunscribir sólo a productos de arte plástico. Pero no se puede negar que es en esa época en el que empieza a estudiarse a fondo ni que la mayoría de los casos más notables son de artistas plásticos, singularmente de gentes que pintan o dibujan. Habría que distinguir, sin embargo, entre tendencias artísticas que se acercan a resultados muy parecidos al de esta realidad y el verdadero arte bruto. En ese sentido, el acercamiento de las artes plásticas a los postulados psicologistas que irrumpen en todos los campos después de Freud, colocaría cercanas al arte bruto muchas obras que en realidad no le pertenecen porque están hechas por artistas profesionales con una intencionalidad muy clara. Toda la estética del expresionismo que florece en la Viena de comienzos del XX puede verse cercana a la expresión directa e intuitiva del arte bruto, aunque no lo es, en absoluto, como tampoco lo son otros ejemplos no vieneses como Munch, Marc o Nolde.
No voy a entrar a hablar de los pintores del arte bruto, sí mencionaré, porque luego veremos la relación que tiene con la música, a Adolf Wölfli, quizá el más famoso de todos, que, por cierto, murió bastante antes de que Dubuffet acuñara el término. Wölfli era suizo, nació en 1864 y murió en 1930 y pasó gran parte de su vida en sanatorios psiquiátricos. Precisamente fue su médico principal, Walther Morgenthaler, quien dio a conocer su obra y hoy día dispone de un museo en Berna y de una fundación para él solo.
No es fácil hablar de un arte musical que propiamente sea como el arte bruto pictórico. La razón es que, aunque sólo sea para tocar un instrumento y no para componer en sentido habitual, se necesita un entrenamiento técnico que difícilmente se compagina bien con la espontaneidad básica y autodidacta del arte bruto. Sin embargo, sí ha habido en la historia musical casos de músicos que sufrieron perturbaciones mentales graves y siguieron componiendo de manera diferente.
En mi opinión, el primer caso de un músico categorizable en el arte bruto se da en el manierismo que va del Renacimiento al Barroco, es el de Carlo Gesualdo (1566-1613). Era Príncipe de Venosa y Conde de Conza y muchas veces se le llama Gesualdo de Venosa. Gesualdo era rico y aristócrata por lo que componía por puro gusto, no necesitaba agradar a nadie y usaba disonancias y cromatismos que ponían los pelos de punta a sus contemporáneos. Hoy, sus madrigales son uno de los más atractivos y raros monumentos de la música italiana. No era ningún analfabeto musical, dominaba perfectamente la técnica, pero hacía lo que le venía en gana. Y, además, era un perturbado mental que asesinó y descuartizó a su mujer, María de Avalos y, de paso, a su amante. También se ha dicho que asfixió a uno de sus hijos. No le pasó nada, para algo era Príncipe, eso sí, por si los deudos de ella le buscaban, se atrincheró en su castillo donde se dedicó a componer y a realizar prácticas sadomasoquistas con pandillas de jovenzuelos con los que ejercitaba flagelaciones, parece que en una de ellas se pasó y murió.
Si Gesualdo hoy dice menos a los no especialistas, supongo que Robert Schumann (1810-1856) sí es bien conocido. Los últimos años de este compositor los pasó entre tremendas depresiones que desde 1844 derivaron en una grave enfermedad mental. Padecía acufenos (persistentes sonidos que sólo estaban en su cabeza) y tenía alucinaciones con ángeles y demonios. Dos años antes de su muerte se arrojó al Rin y, aunque fue rescatado, ya nunca salió del sanatorio mental. Mucho se ha discutido sobre sus obras de esta época, y hay dos cosas ciertas: son distintas de las anteriores y son de menos calidad.
Otro compositor perturbado famoso fue Hugo Wolf (1860-1903), polemista wagneriano y antibrahmsiano, autor de algunos de los más hermosos Lieder de la Historia, presentaba brotes psicóticos, intentos de suicidio y en sus años finales vivió en un manicomio donde murió. Ciertamente estos tres autores no son los únicos locos ilustres de la historia musical, pero no es cuestión de hacer un catálogo y, si la enfermedad mental les hace entrar en el arte bruto, su elevado grado de formación técnica no los hace incluibles. Hay que tener en cuenta que para muchos psiquiatras hay una delgada línea entre el genio y la locura. El mismo Beethoven no se libró de ser estudiado como posible loco y ha habido tendencia a considerar a Mozart un fenómeno natural inexplicable.
Toda la etapa expresionista de Schönberg y sus discípulos lleva una carga psicológica y una estética expresionista que los acerca, sin embargo no los homologa. Erwartung de Schönberg es un drama psicológico nada convencional, y es asimismo el producto de una técnica depurada al servicio de una acerada imaginación. Por la misma época, ciertos movimientos de vanguardia sí se aproximan musicalmente al arte bruto. Muy significativamente lo hicieron los futuristas italianos que podían acompañar ballets con estridencias de motocicletas y que encontraron en Luigi Russolo (1885-1947) a su teórico y práctico con su libro sobre los ruidos (L´arte di rumori) y sus aparatos productores de ruidos, los intona rumori, con los que hacía conciertos que acababan a bofetadas y en la comisaría. No usaba una tecnología sofisticada y sus interpretaciones eran bastante espontáneas. Por lo demás, no era músico profesional si no pintor y sus productos, llenos de teoría futurista, se acercan mucho al arte bruto. Sus aparatos se perdieron, no obstante han sido reconstruidos modernamente, así como su obra máxima: Risveglia de città (Despertar de ciudad).
Podríamos considerar dentro del arte bruto a aquellos compositores que a mitad del siglo XX pretendieron construir sus propios instrumentos para hacer una música fuera de los circuitos. El más interesante creo que es Harry Partch (1901-1974), un californiano que, siendo músico profesional, vivió como un vagabundo y construyó para su música extraños instrumentos y que usó textos de grafitis. Su música adquiere un aspecto obsesivo y naif que si se distingue del arte bruto genuino es sólo porque es así voluntariamente.
Durante años, la enorme ascensión que la percusión adquirió hizo que a veces su tratamiento se arrimase a postulados de arte bruto y, en ese sentido, aunque era de un autor altamente experimental y especulativo, la primera obra histórica compuesta en Occidente sólo para instrumentos de percusión, Ionisation (1931) de Edgard Varese (1883-1965), lo hace con sus sirenas de bomberos y su empleo nuevo de estos instrumentos que muy pronto se desarrollarán a unos niveles de sofisticación interpretativa similar a la de otros instrumentos con más historia.
El nacimiento, poco después de la II Guerra Mundial, de la música concreta francesa, más empírica que la electrónica alemana, introduce a los músicos en el terreno del trabajo con ruidos. Cierto que éstos se elaboran en el estudio, pero hay una etapa de acercamiento en la que estas obras están casi en estado de sonido rudimentario que las aproxima al efecto emotivo del arte bruto. Además, algunos de sus pioneros no eran de formación musical. Sí lo era Pierre Henry (1927), pero no tanto Pierre Schaeffer (1910-1995) y una tendencia, al principio de la aventura y más tarde abandonada, fue la de componer sin elaboración, sólo con montaje, como ocurre con la primera obra concreta española, aunque hecha en el estudio de París, el Étude de stage de Juan Hidalgo (1927). Posteriormente, la electroacústica generalizada adquirió un nivel tecnológico que la aleja mucho del arte bruto.
Precisamente el acercamiento de John Cage (1912-1992) a la electrónica se produce de una manera “en bruto” que sí lo asimila a estas manifestaciones. Obras como Fontana Mix o Cartridge Music son productos cuyo resultado, más que su intención, es en verdad de arte bruto. Realmente, casi toda la producción de John Cage podría ser considerada de arte bruto si no fuera porque a él no le interesaba ni la expresión ni lo intuitivo, sino la no acción, el azar y el comportamiento de las cosas no intervenidas por el hombre. Sí están más cerca de esto algunos de sus seguidores, por ejemplo, La Monte Young (1935) y, desde luego, la parte musical de un movimiento como Fluxus que debe mucho al dadaísmo y del mismo modo a Cage. Algunas de las propuestas sonoras de pintores como Wolf Vostell (1932-1998) son verdadero arte bruto, también las de Dick Higgins (1938-1998), que era músico en la misma medida que pintor o escritor. Una obra como Cries of animals dying (Gritos de los animales muriendo) es auténtico arte bruto. Y no digamos nada de algunas de las desmesuras sonoras de Nam Yun Paik (1932-2006). Algunos de estos artistas han sido asimilados por el moderno “sound art”, que tiene mucho de arte bruto, incluso en sus artistas más elaborados como la alemana Christina Kubisch (1948) o el polifacético Bill Fontana (1947) y, de igual forma, españoles, véase Francisco López (1964). Por supuesto, el “sound art” no posee muchas de las características del arte bruto y suele ser no sólo sofisticado sino muy institucional, si bien algunos de sus resultados si son homologables.
Se ha intentado relacionar la música del arte bruto con géneros espontáneos y con componentes improvisatorios, singularmente con el jazz y el flamenco. Sin duda el jazz tiene un ineludible lado de improvisación, pero también exige el dominio de una práctica instrumental o vocal muy particular y compleja. Es, en realidad, un arte profesional, aunque el componente intuitivo sea muy alto. De hecho, la manera habitual en que se improvisa en el jazz está generalmente muy preprogramada, y sólo en momentos muy particulares o en “jam sessions” no muy frecuentes se establece verdaderamente una creatividad que surge en ese momento. La exaltación existe o puede existir, sin embargo es casi imposible que sea naif.
Algo muy similar se podría decir del flamenco que surge desde sus inicios a modo de un arte profesional. Es, como el jazz, improvisatorio en su desarrollo, pero muy reglado en otros aspectos, resulta de la pasión y lleva un fuerte componente intuitivo, aunque se eleva muy por encima, o al menos por lo laterales, de algunos presupuestos del arte bruto.
De igual forma el arte bruto ha llamado la atención de determinados practicantes del pop-rock. Existe una banda de indie rock, formada por ingleses y alemanes, que se llama Art Brut y que presume de no tener relaciones con las instituciones artísticas establecidas. Esto es bastante relativo ya que sus álbumes se venden igual que todos los demás y su contenido no es tan diferente. Otra banda de rock que se refiere al arte bruto son los portugueses de WrayGunn que mezclan rock con góspel y blues y que tampoco parece que hagan algo muy distinto a lo habitual en el género e, igualmente, están bastante ligados a las instituciones y certámenes. Su mayor relación es que uno de sus álbumes se titula L´art brut. En este terreno quizá está más cercano Adanowsky si bien, por el simple hecho de ser hijo de Alejandro Jorodowsky y tener una avanzada formación cultural, difícilmente lo podemos considerar un artista espontáneamente naif. En el terreno pop-rock quizá la actividad más cercana al arte bruto por ser intuitiva y teóricamente improvisada es la de los DJ, no obstante se alejan de él por su inserción social y su aspecto comercial.
Una de las maneras más claras con las que el arte bruto ha conectado con la música es el interés que algunos compositores han tenido en la obra plástica de algunos artistas bien clasificados en ese tipo de arte. Ello les ha llevado a componer piezas musicales inspiradas por obras o artistas determinados. En este caso, no es propiamente arte bruto sino una inspiración en el mismo, de igual manera que puede servir de estímulo un paisaje o una obra literaria de otro tipo. Ocurrió bastante a finales del siglo XX en varios países y especialmente en Francia y, si se me permite, voy a describir mi propia aportación al tema que se da precisamente en un contexto francés.
A mediados de los ochenta, la compositora e investigadora francesa Nicole Lachârtre (1934-1991) había creado la Asociación para la Colaboración de Compositores y Artistas en la que participamos músicos de todo el mundo y, en torno a ello, se celebraban sesiones temáticas, una de las cuales estuvo dedicada precisamente al arte bruto al que nos acercamos diversos autores.  François Vercken (1926-2005) realizó un homenaje a Wölfli tomando uno de sus títulos más famosos Le grand chemin de fer du ravin de la colère. Por su parte, la propia Nicole Lachârtre escogió un tema plástico, los cuadros de otro pintor perturbado suizo, Heinrich Anton Müller (1869-1930), que usaba cartón, piedras o tierras en obras delirantes e inquietantes. La compositora quiso dar una visión general de la obra de este autor que había inventado una máquina para cortar uvas cuya patente le robaron, a causa de lo cual enloqueció. Otros autores, como Paul Méfano o Gérard Garcin trataron diversos temas relacionados con otros artistas, pero yo preferí centrarme en la arquitectura, un campo donde lo intuitivo no tecnológico apenas se puede dar.
Si hemos dicho que la técnica imprescindible hace que la música se preste menos a ofrecer artistas en bruto, más difícil todavía resulta la posibilidad de un arte bruto en la arquitectura, que es todavía más técnica. Por eso a mí me interesó la experiencia del cartero Cheval y compuse Le palais du facteur Cheval. Ferdinand Cheval (1836-1924) fue un cartero rural francés que empleó 33 años de su vida en construir por si solo lo que él consideraba un palacio ideal en la más alta expresión de la arquitectura marginal. Lo construyó donde vivía, en Châteauneuf de Galaure, recogiendo día a día piedras y otros materiales. Su estilo es delirante y se inspira tanto en la Biblia con en el arte hindú. El palacio existe porque, al ser francés, poco después de su muerte muchos artistas se interesaron por la obra hasta que en 1966 André Malraux lo incluyó en el Patrimonio Cultural de su país.
Concebí la obra para piano solo, en una composición bastante extensa que, a la vez, era muy compacta y heterogénea. La forma es estricta y caprichosa al igual que lo que hizo Cheval, los materiales muy diversos y como de aluvión, la ornamentación intrincada en una base armónica muy densa que en cierta medida se asemeja a los muros de Cheval. No he pretendido describir sonoramente el palacio, sino tomar ideas de cómo está hecho y qué quiere representar. Es, más que mi contribución, mi homenaje al arte bruto y a una de sus obras más singulares. No voy a insistir sobre la obra. La partitura está publicada y el disco grabado. Evidentemente no soy un artista naif ni estoy más loco de lo corriente, pero algo he hecho en torno al arte bruto.
Notas:
  1. Fundación Adolf Wölfli www.adolfwoelfli.ch
  2. Annibale Cogliano: Carlo Gesualdo omicida fra storia e mito. Edizioni Scientifiche Italiane, 2006
  3. Luigi Russolo: El arte de los ruidos. Facultad de Bellas Artes. Cuenca 1998
  4. Harry Partch: Bitter Music: collected journals, essays, introductions and librettos. Universisty of Illinois. Press 1991
  5. Dick Higgins: Papers 1960-1994. The Getty Research Institute

Tomás Marco.



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