La cala de los artistas

La cala de los artistas.

Solamente pasar la frontera y, si uno va predispuesto, ya se notan cambios en el brillo de la luz… Pero basta con aproximarse a los prolegómenos de la montaña cuasi sagrada para recibir un auténtico chute de creatividad, o cuando menos una nueva capacidad contemplativa. Vayamos por partes.
Seguro que el verano no es la mejor época para esta excursión, aunque a algunos no nos resta otra posibilidad. Molesta –y mucho– los enormes atascos (bouchons) que se producen alrededor de Niza, destino obligado a manera de centro de operaciones para iniciar, ahora sí, el periplo que os proponemos. Damos fe de que no es necesario contar con reservas de hotel, y que la búsqueda del alojamiento idóneo al final de la tarde, cada día, puede ser un ejercicio interesante para poner en práctica el francés y conocer los nuevos horizontes del negocio hotelero. De manera increíble, si desde el mostrador del propio hotel que visitamos hacemos nuestra reserva vía internet se obtienen mejores precios. Se puede hacer el viaje –además, con escapada incluida a la bella San Remo– en ocho días, saliendo desde Madrid en vehículo particular. Es verdad, lo que se ahorra en el avión se gasta en los peajes de las autopistas. Si se opta por el trasporte aéreo una vez allí es mandatorio alquilar un coche, los artistas supieron refugiarse en emplazamientos que aún hoy resultan recónditos, y pretender arribar en autobuses públicos es simplemente una quimera. Sale a cuenta consultar en las oficinas de turismo para realizar las visitas a los museos locales, ya que sus horarios muchas veces son un tanto caprichosos y cambiantes según la estación del año, con pausas para la comida y –casi todos– cierre semanal para descanso del personal, que suele producirse en martes.
¿Por dónde empezar? Da lo mismo, todo el recorrido plantea enorme interés. Sin duda, lo más destacado es el conocimiento de primera mano de los sitios que habitaron los artistas que a comienzos del siglo pasado decidieron emigrar a territorios con más luz, paisajes extraordinarios, y máxima lejanía de los grandes centros político-culturales. Se pregunta uno, haciendo arte-ficción, por el posible alcance de esta revolución si hubiesen optado por instalarse en playas más meridionales, como, por ejemplo, las del Cabo de Gata; aunque, de inmediato, nos resignamos pensando en una luz seguramente demasiado cegadora, una temperatura ambiental un tanto incómoda para desarrollar las bellas artes, y la ausencia del verdor de la Costa Azul; todos prejuicios, ya que hasta la vegetación en el desierto es excesiva, solo es cuestión de saber buscarla y, una vez descubierta, valorarla. De manera obvia el estallido del arte moderno no se debió únicamente a la Costa Azul…
Resulta entrañable vislumbrar en la finca de Les Collettes (Cagnes-sur-Mer) a un inválido, si bien lucidísimo, Pierre-Auguste Renoir –uno de los primeros artistas que se instaló en la Riviera francesa– pasando sus últimos años con sus hijos, a quienes retrata en múltiples ocasiones, al igual que a bellas jóvenes desnudas, enmarcado por la potentísima belleza de los olivos que pareciera que llegasen a las orillas del Mediterráneo. Curiosamente, para mejor sentir este paraíso hay que eliminar por completo las vistas que desde su mansión en la actualidad se contemplan, la especulación inmobiliaria es universal.
El museo Matisse de Niza está muy bien dotado de fondos del artista plástico que tal vez resultó ser el más influenciado en su trabajo por la luminosidad del Mediterráneo –“Quand j’ai compris que chaque matin je reverrais cette lumière, je ne pouvais croire à mon bonheur. Je décidai de ne pas quitter Nice, et j’y ai demeuré pratiquement toute mon existence”–, así como de sus estudios preparatorios para la realización de la Capilla del Rosario en Vence (1948-1951). También puede visitarse en Villefranche-sur-Mer  la capilla de pescadores restaurada (1957) por el versátil autor de El Potomak, paladín de las vanguardias, Jean Cocteau. El museo Picasso de Antibes Juan-Les-Pins –situado en el Castillo Grimaldi–, que cuenta con pinturas, dibujos, esculturas y cerámicas, no decepciona, las piezas del malagueño logran un desarrollo especial al contrastarse con las impresionantes vistas al mar que se contemplan desde el castillo. En el cercano Vallauris puede disfrutarse al aire libre de la célebre escultura Hombre con cordero, así como del Museo Nacional Picasso La Guerra y La Paz donde se encuentra la poco conocida capilla pintada por el pintor. Mougins, ciudad con forma de caracol, último refugio de Picasso, aguarda al viajero que quiera perderse por sus coquetas calles y prestigiosos restaurantes. Es una parada impostergable en la zona el extraordinario Museo Nacional Fernand Léger situado en el pequeño pueblo de Biot; el muy espacioso y luminoso edificio acoge a las mil maravillas la extraña obra de Léger, curiosa mezcla de monumentalidad, colorido, industrialización, pureza y poesía.
El postre del viaje lo representa la espectacular Aix-en-Provence, ciudad muy bien conservada y encantadora que fue la cuna de Paul Cézanne y de su inseparable amigo de juventud, el escritor Émile Zola, de quien al final se distanció debido a su novela La obra, inspirada en el pintor, y en la que se describe el fracaso de un artista en su búsqueda del éxito. Puede seguirse por la ciudad los pasos de un atormentado Cézanne –muy bien marcados en las aceras de las calles para facilidad de los turistas–, no solo los invertidos en el camino hacía su verdad pictórica, sino los entregados a su conflictiva vida familiar; itinerario animado por la multitud de bulliciosos jóvenes universitarios que transitan por la zona. En la Casa del Viento (Jas de Bouffan) se puede visitar la gran mansión y el precioso prado que compró su acaudalado padre y luego él heredó. A las afueras de Aix, en la colina de Lauves, está situado el taller de campo que mandó construir Cézanne en 1902; milagrosamente, y gracias a la acción de dos estadounidenses, se conserva tal cual era en tiempos del precursor de la abstracción moderna. Para un artista plástico admirador de Cézanne puede generar auténticos escalofríos tener al alcance de la mano, entre otros objetos, los modelos que empleaba para pintar sus naturalezas muertas o la mochila con la que salía a trabajar por los alrededores de Aix.
Es obligado desplazarse a la montaña rocosa de Santa Victoria y los bosques y canteras que la circundan, Cézanne la pintó varias veces –rayando la obsesión–, hasta llegar a las mismas puertas del cubismo. La entrada a este entorno es libre, pero hay que ir preparado porque el paseo más corto, que llega hasta el pantano Zola (que construyó el padre del escritor, ingeniero), tiene una dificultad media; es conveniente llevar calzado adecuado y agua. La naturaleza es vigorosa, y si se hace el recorrido a primera hora de la mañana es posible disfrutarlo en soledad, y así, en silencio, deteniéndose a contemplarla las veces que haga falta, rememorar las mil vueltas de Cézanne por captar la verdadera Santa Victoria, que siempre aparece grande y majestuosa, al tiempo que esquiva...
Desde Aix puede uno escaparse a Marsella, ambas ciudades organizan en el año de la capitalidad cultural europea la exposición conjunta Le Grand Atelier du Midi; en el Museo Granet de Aix se presenta la exposición De Cézanne a Matisse, y en el Palacio Longchamp de Marsella De Van Gogh a Bonnard. Las piezas expuestas provienen en su gran mayoría de pinacotecas europeas y son conocidas. La excursión es una buena excusa para conocer en el puerto el nuevo museo de Marsella: el MuCEM (Musée des civilisations de l’Europe et de la Méditerranée), que envuelto en una misteriosa y espectacular celosía mira al mar y al Fuerte Saint-Jean, haciendo un guiño a las antiguas colonias del norte de África, se trata de una instalación descomunal embebida de la habitual grandeur francesa.
Camino de España la muy concurrida ciudad de Arlés muestra el primer sanatorio en el que estuvo ingresado Vincent Van Gogh; su casa ya no existe, situada al lado de la estación fue destruida durante un bombardeo en la segunda guerra mundial.
Queda un larguísimo etcétera de espacios relacionados con la historia del arte que nos restan por conocer en la zona, y que nos emplaza a realizar un nuevo viaje, seguramente de mayor duración. Como siempre, abrimos una puerta y delante…, decenas de nuevas puertas nos aguardan.

Jorge Portocarrero.



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